Ana Pérez Cañamares. Sobre las lecturas en institutos
Ana Pérez Cañamares. Poeta. |
Ya
sabíamos que Ana Pérez Cañamares, esa inmensa poeta que igual nos abre los ojos
a base de crítica social que nos los abre a base de punzadas en el corazón, tenía
experiencia en eso de leer en institutos ante alumnos y alumnas que nunca sabes
si van a desconcertarte, a sorprenderte o a enseñarte. Estudiantes que no
siempre (o casi nunca) han estado en contacto con la poesía actual (o con la
poesía, en general). Ana reconoce que es su público más difícil, pero todos
sabemos que esta enorme poeta es de las que dejan huella y que posiblemente
habrá alguien en el futuro que diga que comenzó a interesarse por la poesía, a
leer poesía o incluso a escribirla a raíz de presenciar una lectura de Ana
Pérez Cañamares. Así nos cuenta ella su experiencia en este ámbito:
*Por
Ana Pérez Cañamares
Cuando
voy a un instituto, lo primero que hago es extender la mano. Les digo que la
miren, que vean cómo tiembla. Les digo que apenas he dormido la noche anterior,
y siempre es verdad. Que son el público que más temo y más me alegra tener. Que
yo he estado sentada donde ellos están y en tantas ocasiones de mi vida, ay,
aún sigo ahí y por eso me doy por contenta si no les aburro. Porque el
aburrimiento no es ninguna tontería: en el aburrimiento está el desinterés, el
desapego, la lejanía, el otro en su mundo y yo en el mío, sin intersecciones.
Si no hay aburrimiento, es que hay conexión; algo de lo que dice el otro me
está apelando, emocionando, hablando, a mí, directamente a mí. Y entonces se
disuelven las barreras: esa señora que hoy se ha dejado caer por el insti vaya
usté a saber por qué ya es de los míos, ya habla mi idioma, ya hay algo más
allá de mi mundo que también es mío. Nuestro.
No
es fácil, lo reconozco, y suelo acabar agotada. Pero... siempre hay alguien que
dice Yo también. Yo también escribo porque necesito desahogarme. Mi madre
también murió. Mis padres también llegan cansados de trabajar. En mi casa
también nos enfadamos con el gobierno. Yo tampoco entiendo por qué no nos
queremos más. En público o en privado, después del recital, siempre hay alguien
que levanta la mano o se acerca, y yo sé qué fronteras está atravesando, qué
vallas está saltando, las de la vergüenza, la timidez, los prejuicios. Y
siempre le pregunto su nombre. En la poesía no hay masas informes. Yo soy Ana y
he venido aquí a exponerme. Tú, que te expones a los otros, a las burlas
quizás, quién eres. Yo soy Ana y aún tengo quince años. Tú, ahora lo sabes,
algún día tendrás cincuenta. Y hay cosas que seguiremos viendo igual, que nos
dolerán igual, que amaremos igual. Otras no, otras habrán sanado o habrán
cicatrizado por el camino. Esto es lo que tengo para regalarte. Esta mirada que
dice: ni a los quince ni a los cincuenta, eres el único que vive lo que vives.
Porque
lo primero ante los chavales es rendirse, entregar las armas, derribar las
ideas de Poder que nos separan. Decir el mayor miedo en voz alta: que quizá no
tengo nada que ofrecerles, que puede que mi regalo no les interese. Y sentiría
enormemente perder mi energía, robarles su tiempo para nada. Por eso echo mano
de todas las artimañas, de todos los trucos de clown para engancharles un
poquito, sólo un poquito más. Dadme una oportunidad. Sé que estáis aquí
obligados, pero no tenéis por qué entregar vuestro interés, vuestra atención. Y
eso es precisamente lo que yo quiero ganarme. Quiero deciros: hay un lugar
donde no tiene sentido mentirse a uno mismo ni a los demás. Hay un espacio
donde confesar el fracaso nos engrandece. Allí no hay notas, juicios, regañinas
ni chivatos. Allí es igual el que habla y el que escucha, porque entre los dos
construyen. No tenéis que decir sí ahora mismo. Pero que sepáis que está;
además de todo lo que ya sabéis y os dicen que está y que es así, inamovible,
como un muro sin grietas. Además de todo eso, está la poesía. Antes y después
del poema; incluso sin poema. Está el amor a la vida, a la verdad, a la
libertad de ser y soñar salvajemente. Está el asombro, el no dar por sentado el
mundo. La poesía, obviamente, no lo es todo. Pero cuando necesitéis recordar lo
importante, todo lo importante está en la poesía. Para no luchar a manotazos ni
a ciegas, sino seleccionando qué peleamos, qué salvamos, qué creamos.
Yo
trato de ser humilde, porque no soy yo lo que importo. Es el regalo que yo he
heredado lo que muestro, como en una clase de biología, para que lo miren, lo
estudien, lo acepten si lo quieren. La poesía no es una imposición. Es una
posibilidad. La posibilidad de estar toda la vida enamorados como si tuviéramos
quince años. Enamorado del mundo, de los otros, del mundo y los otros en mí y yo
en ellos, un amor que quiere contagiarse porque no tiene que ver con la vanidad
o el narcisismo, sino más bien con un recordatorio y un proyecto en común.
Siempre
hay al menos uno o una que levanta la mano o se acerca, y con palabras tímidas
me da las gracias. Y ella, él, son mi esperanza de no estar sola nunca, ni en
el amor ni en la pelea. Le paso el testigo y luego me vuelvo a casa. A seguir
pensándonos.
Querida Ana, mil gracias por compartir. He vuelto a sentir exactamente lo que sentí cuando me relataste en directo esta experiencia. No se olvida, como no se olvida lo que es realmente humano, sin trampa ni cartón.
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